De dónde se derivó el pecado
Los términos mal y pecado son algo diferentes. El mal puede referirse a aquello que, aunque esté latente, no se expresa, y siempre se concibe como lo opuesto de lo bueno; mientras que pecado es aquello que concreta y activamente se opone a Dios en su carácter.
Es difícil para la mente humana poder comprender el tiempo cuando no había nada que se opusiera a lo bueno, aunque, por falta de seres que fueran capaces de pecar, tal vez no se presentó la oportunidad para expresar lo malo. Pero, puesto que Dios no puede cometer errores, el pecado no podía llegar a la existencia hasta que fuera creada otra forma de seres; y aparentemente, inmediatamente después del nuevo acto creador de Dios, el más alto de todos los ángeles pecó, y el hombre también lo hizo del mismo modo.
Puesto que es difícil que la mente comprenda el mal como algo que pudo ser creado, el problema sobre de dónde se derivó el pecado no es fácil de resolver. En realidad es muy poco lo que se nos revela sobre este aspecto del pecado. El origen del pecado, sin embargo, en lo que se refiere a la primera desobediencia real al ideal divino, sí se registra en las Escrituras, se le atribuye claramente la culpa al que pecó.
El permiso divino para el pecado
La presencia del pecado en el universo se debe a que Dios lo permite. Tiene que cumplir algún propósito justificable que no se puede lograr de otra manera; de otro modo, Dios no lo permitiría; o, habiéndolo permitido, terminaría con él de inmediato. El propósito que Dios tiene al permitir el pecado no se nos ha revelado y, sin duda, la mente humana no podrá comprender todo lo que esto significa. Las almas devotas continúan creyendo que, aunque no es posible ninguna manifestación de pecado sin el permiso de Dios, Él mismo está completamente exento de la más leve complicidad con el mal que Él mismo permite. (Job. 2:3; 1 Jn. 1:5; Stg. 1:13).
Hay aquí algunas razones que se han presentado para explicar el hecho de que Dios concede permiso para el pecado:
1.- EL RECONOCIMIENTO DIVINO DEL LIBRE ALBEDRÍO DE LAS CRIATURAS.
Evidentemente, Dios tiene el propósito de conseguir una compañía de seres para su eterna gloria, que posean una virtud que es el resultado de una victoria de elección libre sobre el mal.
2.- EL VALOR ESPECÍFICO DE LOS SERES REDIMIDOS.
Las Escrituras no nos presentan a Dios como Aquel que busca evadir los problemas que surgen por causa de la presencia del pecado en el universo. El pudo haber creado seres inocentes, no caídos, incapaces de cometer errores; pero, como Él deseaba tener almas redimidas, purificadas por sangre expiatoria y rescatadas mediante un costo infinito, la expresión de tal amor y el ejercicio de tal sacrificio sólo son posibles si el pecado existe en el mundo.
3.- LA ADQUISICIÓN DEL CONOCIMIENTO DIVINO.
Las criaturas de la mano de Dios tenían que lograr, mediante el proceso del aprendizaje, el conocimiento que Dios ha poseído eternamente. Ellas sólo pueden aprender por medio de la experiencia y la revelación.
4.- LA INSTRUCCIÓN DE LOS ANGELES.
Se puede deducir de ciertas porciones bíblicas (Comp. Ef. 3:10; 1 P. 1:12) que los ángeles observan a los hombres en la tierra, y que aprenden hechos importantes por medio de la experiencia actual de los seres humanos. Sería tan necesario que los ángeles aprendieran la verdad con respecto a lo malo como lo es que aprendan la verdad con respecto a lo bueno. Pero esta adquisición de conocimiento del mal por medio de la experiencia humana habría que negársela a los ángeles, a menos que se permita que el mal sea un principio activo en el universo.
5.- LA DEMOSTRACIÓN DEL ODIO DIVINO CONTRA EL MAL.
Evidentemente es de una importancia inmensurable para Dios el demostrar su odio contra el mal. El apóstol Pablo declara que Dios está dispuesto a “mostrar su ira y hacer notorio su poder” (Ro. 9:22); pero no se pudiera manifestar ningún juicio, ninguna ira, ningún poder en relación con el pecado, si no se permite la presencia activa del pecado en el mundo.
6.- EL JUSTO JUICIO CONTRA TODO MAL
Más profundo aún que los simples detalles de la expresión del pecado es el hecho del principio constitutivo del mal. Si tal principio ha de ser juzgado por Dios, su carácter tiene que ser abiertamente manifiesto. Tal demostración no sería posible, si el pecado fuera solamente un asunto hipotético. Tenía que llegar a concretarse y manifestar que es completamente diferente de Dios.
7.- LA MANIFESTACIÓN Y EL EJERCICIO DE LA GRACIA DIVINA
Finalmente, algo que es de suprema importancia: en Dios hay algo que los seres creados no habían visto jamás. Las huestes angelicales habían visto su sabiduría, su poder y su gloria; pero nunca habían visto su gracia. No tenían ninguna concepción de la bondad de Dios para con los que no la merecen. Ellos pudieron haber visto algo de su amor, pero amor y gracia no son la misma cosa. Dios podía amar a los pecadores, pero, por falta de un sacrificio redentor, reconciliatorio y propiciatorio, Él no se encontraba justamente libre para impartirles sus beneficios. Mediante un acto maravilloso de misericordia, Él dio a su Hijo en sacrificio por los pecadores; así abrió el camino para el ejercicio de su gracia a favor de aquellos que, por causa del pecado, sólo merecían la ira de Dios. Pero no hubiera podido haber ejercicio de gracia divina hacia el perverso e inmerecedor hasta que hubiera perversidad y seres inmerecedores en el mundo. (Ef. 2:7; Lc. 7:47).