La política de Jesús
La política de Jesús - La perspectiva lucana del poder.
Hubo también entre ellos una disputa sobre quién de ellos sería el mayor. Pero Él les dijo: Los reyes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que sobre ellas tienen autoridad son llamados bienhechores; mas no así vosotros, sino sea el mayor entre vosotros como el más joven, y el que dirige, como el que sirve. Porque, ¿cuál es mayor, el que se sienta a la mesa, o el que sirve? ¿No es el que se sienta a la mesa? Mas yo estoy entre vosotros como el que sirve.
Lucas 22:24-27
Uno de los asuntos críticos que ha generado una amplia discusión teológica y política al interior de la comunidad evangélica es el tema de la incursión de un número cada día más creciente de ciudadanos de confesión evangélica en la plaza pública. Sin embargo, la experiencia reciente de estos nuevos actores sociales y políticos, da cuenta de que su gestión no ha sido ni distinta ni mejor que la de la mayoría de los políticos tradicionales. A pesar de ese déficit ético, un déficit que ha puesto en tela de juicio el testimonio público de todos los ciudadanos evangélicos, no se puede negar que la comunidad evangélica ya no pasa desapercibida en las sociedades latinoamericanas.
Teniendo en cuenta todos estos datos de la historia reciente de los evangélicos, varias preguntas se pueden formular con respecto a la incursión de ciudadanos de confesión evangélica en la plaza pública. ¿Sobre qué bases teológicas y éticas se tiene que articular el ejercicio ciudadano de los evangélicos cuando participan en los movimientos sociales y en los partidos políticos? ¿Qué fundamentos bíblicos deben modelar la práctica política de los ciudadanos evangélicos cuando estos se encuentren en los espacios de poder?
Uno de los documentos claves del Nuevo Testamento, sumamente valioso para responder a estas preguntas, es el evangelio según San Lucas. De entre los textos de este evangelio que se pueden examinar para conocer la perspectiva lucana del poder, destaca notoriamente Lucas 22:24-27. Precisamente, a la luz de todo el testimonio lucano, se examinará con cierto detalle este texto tratando de captar la propuesta teológica relacionada con el tema del poder político que allí subyace, y conectándola con los desafíos sociales y políticos del entorno de misión.
El testimonio lucano
El tema del poder político es uno de los ejes transversales del evangelio según San Lucas. Al respecto, un examen panorámico de los relatos del evangelio de la infancia, registrados únicamente por San Lucas en su evangelio, ilustra ampliamente esta afirmación. El Magnificant o Canto de María (Lucas 1:46-55), El Benedictus o Canto de Zacarías (Lucas 1:67-79) y El Nunc Dimittis o Canto del anciano Simeón (Lucas 2:29-32) dan cuenta de ello.
Así, por ejemplo, el contenido innegablemente político del Magnificant insinúa que para la doncella María, la esperanza mesiánica tenía como horizonte una completa transformación de las relaciones sociales y una inversión radical de la pirámide del poder:
Quitó de los tronos a los poderosos, y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes, y a los ricos envió vacíos (Lucas 1:52-53). Las palabras de María pueden explicar por qué para Carlos Escudero en este canto se presenta a Dios como el Dios intrahistórico, cercano, inmediato, el acompañante, guía y defensor del pueblo. Es el Dios de Israel, de su experiencia y liberación histórica, el Dios del éxodo, que se convierte en el paradigma de las demás liberaciones históricas (ESCUDERO, Carlos, Devolver el evangelio a los pobres: A propósito de Lucas 1-2, Salamanca, Ediciones Sigueme, 1978, p.200-201)
Además, el contenido de las palabras del anciano Simeón (Lucas 2:25) y de la profetisa Ana (Lucas 2:38) indica que para ellos la presencia del Mesías en el escenario de la historia humana estaría conectada con la liberación de Israel. Lucas subraya que Simeón esperaba la consolación de Israel (Lucas 2:25) y Ana la redención de Jerusalén (Lucas 2:38). En ambos casos, como lo puntualiza Lucas en su evangelio (Lucas 2:25,37), no se puede negar la connotación política que subyace en la esperanza mesiánica de estos dos ancianos, justos y piadosos. En palabras de Howard Yoder:
"Cualquiera sea la 'verdadera forma histórica' de los eventos subyacentes detrás de la historia, podemos estar seguros de que, en la atmósfera de alta sensibilidad apocalíptica en la que vino Jesús, al menos era posible, sino normal para aquellos que esperaban la 'consolación de israel', ver en estas liberaciones milagrosas de la historia del Antiguo Testamento un paradigma del modo en que Dios salvaría a su pueblo en ese momento" (YODER, John, Jesús y la Realidad Política. Buenos Aires - Downers Grove: Ediciones Certeza, 1985, p.65)
Lucas en su evangelio no elude, entonces, el tema del poder político (Desde una perspectiva bíblica, la única autoridad legítima y plena la tiene Dios, ya que solamente Él tiene autoridad en sí mismo. En tal sentido, toda autoridad humana es una autoridad delegada o conferida, pues los gobernantes terrenales tienen que responder a Dios por la manera como la ejercen, desde sus respectivas posiciones o espacios de poder). Él presenta a Jesús de Nazaret como el Mesías prometido por los profetas del Antiguo Testamento, cuya plataforma programática expuesta en la sinagoga de Nazaret constituye un claro indicativo tanto del contenido como del alcance de su misión liberadora (Lucas 4:16-30). De acuerdo con el testimonio lucano, su misión liberadora tenía como horizonte revertir el destino de los pobres y de los sectores condenados al ostracismo social, como las mujeres, los cobradores de impuestos, los niños, los samaritanos y los leprosos. Dos temas clave del tercer evangelio son suficientemente explícitos sobre este asunto. Por un lado, el amor especial de Dios por los pobres y los excluidos del mundo; por otro, la naturaleza y el alcance universal de la misión (LÓPEZ, Darío, La misión liberadora de Jesús: el mensaje del evangelio de Lucas. Lima, Ediciones Puma. 2004, p.17-47)
Parece claro, entonces, que para Lucas la proclamación de Jesús relativa al reino de Dios tenía una dimensión política incuestionable. Todo el evangelio de Lucas da testimonio de ello. Sin embargo, pasajes exclusivamente lucanos como Lucas 13:32, un texto en el que Jesús llama a Herodes Antipas la autoridad temporal de ese tiempo, aquella zorra o un gobernante astuto, son especialmente notables para captar la textura teológica del tercer evangelio con respecto al tema del poder político. Lo mismo se puede afirmar sobre el carácter claramente político de la predicación de Juan el Bautista (Lucas 3:1-18), un profeta que criticó públicamente incluso al propio Herodes Antipas, el gobernante temporal de ese tiempo (Lucas 3:19); crítica pública que lo condujo primero a la prisión (Lucas 3:20) y, posteriormente, a la muerte (Lucas 9:9) (No se tiene que olvidar, además, que únicamente Lucas ubica la historia de Jesús de Nazaret en su contexto histórico específico, mencionando por nombre a autoridades políticas como los emperadores romanos Augusto César (Lucas 2:1) y Tiberio César (Lucas 3:1), Cirenio el gobernador de Siria (Lucas 2:2), el gobernador romano de Judea Poncio Pilato (Lucas 3:1) y a Herodes tetrarca de Galilea (Lucas 3:21)).
Particularmente, en Lucas 22:1-71 el tema del poder político tiene detalles singulares relacionados con el contraste entre los valores del reino de Dios y los valores sobre los que se sostienen los reinos de este mundo instrumentados por la potestad (exousía) de las tinieblas (Lucas 22:53). Todo el capítulo 22 del tercer evangelio registra lo que bien podría llamarse la hora de la potestad de las tinieblas (Lucas 22:53).
En este capítulo se registra el complot para matar a Jesús de Nazaret, un complot en el que uno de sus discípulos, Judas Iscariote - cuyo apelativo Iscariote probablemente significa sicarius o sicario (CULMANN, Oscar, Jesús y los revolucionarios de su tiempo. Barcelona: Editorial Herder, 1980 p.21) - participó activamente (Lucas 22:1-6). Se registran también los relatos de la institución de la cena del Señor (Lucas 22:7-23), el anuncio de las negaciones de Pedro (Lucas 22:31-34), la oración de Jesús en el huerto de Getsemaní (Lucas 22:39-46), el arresto de Jesús (Lucas 22:47-53), las negaciones de Pedro (Lucas 22:54-62) y el remedo de juicio que le hicieron a Jesús las autoridades religiosas judías (Lucas 22:63-71).
Resulta interesante notar, además, que en este capítulo se hace referencia en varios momentos a la espada (Lucas 22:36, 38, 49, 52), un instrumento para matar o un arma de guerra cuyo matiz político no necesita mayor explicación, particularmente, si se lo asocia con la existencia de grupos de resistencia a la ocupación militar romana como los zelotes y los sicarii (Oscar Culmann, subrayando que se debe examinar las enseñanzas de Jesús sobre el fondo de las ideas de su tiempo, expresa lo siguiente sobre este asunto: "Los zelotes son, pues, celosos, decididos, comprometidos, con un matiz de fanatismo. Celosos de la ley, esperan ardientemente al mismo tiempo el advenimiento del reino de Dios para un futuro muy próximo ... los zelotes ... con un programa de reforma radical del culto del templo y del sacerdocio vigentes... Los sicarii, designación latina, literalmente hombres de cuchillo, con un programa más bien político, encaminado a la expulsión de los romanos y al establecimiento de un poderoso reino de Israel. Pero en ambos grupos se rozaban fe y política. Y es que ambos querían provocar el cambio por la violencia, para lo cual debían luchar contra la autoridad establecida en Palestina" - CULMANN Oscar, Jesús y los revolucionarios de su tiempo. Barcelona: Editorial Herder, 1980, p.14-15).
Precisamente, teniendo como trasfondo todos estos datos registrados por Lucas en su evangelio y durante la institución de la Cena del Señor en el aposento alto, se ubica el relato de la discusión de los discípulos de Jesús acerca de quién de ellos iba a ser el más importante o el más grande en el reino de Dios. ¿Por qué? ¿Qué intentó comunicar Lucas a sus primeros lectores?
Un dato significativo puede ayudarnos a entender la intención particular del autor del tercer evangelio. Como ya se ha señalado, llama la atención una declaración que hizo Jesús, registrada únicamente por Lucas en su evangelio, cuando fue arrestado por las autoridades judías en el huerto de Getsemaní. De acuerdo con el testimonio lucano, las palabras pronunciadas por Jesús en aquella ocasión fueron: ... mas esta es vuestra hora, y la potestad de las tinieblas (Lucas 22:53). Según el sentido del relato lucano, parece que la discusión de los discípulos de Jesús relacionada con rangos o lugares de preeminencia en el reino de Dios formaba parte del plan de destrucción de Satanás. Este ya había captado previamente a uno de los doce, Judas Iscariote (Lucas 22:3-4), y estaba intentando atraer la atención de los otros discípulos para que fueran seducidos por la lógica humana predominante en ese tiempo en cuanto al ejercicio del poder político.
En efecto, parece que así fue, ya que cuando se introdujo en el círculo de los discípulos la idea corriente de acceso al poder político, según el modelo de liderazgo aceptado en ese tiempo, ellos pensaron y actuaron como los personajes humanos que gobernaban despóticamente a las naciones paganas.
¿Quiere decir esto que la política es en esencia un asunto meramente mundano?
¿Está el terreno de la política enteramente bajo el dominio de Satanás y de sus instrumentos humanos?
¿Cuál, es entonces, el papel ciudadano de los discípulos como miembros de la polis?
¿Cómo tienen que actuar ellos dentro de la polis de la cual forman parte?
A la luz de la discusión previa sobre la perspectiva lucana del poder, parece claro que un texto bíblico clave como Lucas 22:24-27 delinea principios sumamente valiosos para la acción política de los discípulos de Jesús en cualquier marco temporal. Es un texto bíblico del cual se desprenden tres asuntos clave relacionados con el tema del poder político: 1) Las aspiraciones humanas, 2) Las estructuras de poder, y 3) La ética del reino de Dios.
Cada uno de estos tres temas tiene lecciones sociales y políticas particulares entretejidas entre sí y que son especialmente pertinentes para este tiempo en el cual un número crecientes de miembros, líderes y pastores evangélicos, con diversos intereses individuales y colectivos, afirman haber sido llamados por Dios para ingresar en el campo de la política con el propósito de "refundar" moralmente la nación. ¿Qué se debe tener en cuenta o considerar con mucho cuidado cuando un ciudadano de confesión evangélica, sea este pastor o miembro de una congregación, incursiona en la plaza pública? Veamos.
1) LAS ASPIRACIONES HUMANAS
Uno de los temas que está presente en Lucas 22:24-27 es el de las aspiraciones humanas relacionadas con la cuestión del poder político. En este texto se relata la discusión entre los discípulos de Jesús sobre los lugares de preeminencia que tendrían en la inminente - según ellos - instauración del reino de Dios (Cuando examina este texto bíblico, Howard Marshall acota que: "Si allí existía la posibilidad de que uno de sus discípulos traicione a Jesús, también existía la posibilidad de disensión entre ellos como consecuencia del deseo terrenal por los lugares de privilegio y autoridad" - MARSHALL Howard, The Gospel of Luke: A commentary on the Greek Text, Grand Rapids: William B. Eerdmans Publishing Company, 1979, p.810). Allì se indica lo siguiente sobre este tema clave que permeaba la mentalidad de todos los discípulos: Hubo también entre ellos una disputa sobre quién de ellos sería el mayor (Lucas 22:24). O como se traduce en la Nueva Versión Internacional (NVI): Tuvieron además un altercado sobre cuál de ellos sería el más importante (Lucas 22:24).
A la luz de los datos que se tienen sobre el contexto histórico, se puede afirmar que la discusión de los discípulos de Jesús de Nazaret estuvo asociada con los presupuestos teológicos y políticos propios del marco cultural judío de ese tiempo, porque a ellos "les costaba trabajo prescindir de las ideas corrientes sobre el reino de Dios" (CULMANN, Oscar, Jesús y los revolucionarios de su tiempo. Barcelona: Editorial Herder, 1980 p.44) (Aquí se debe tener en cuenta un dato sumamente valioso sobre la visión del mundo de los judíos en el tiempo de Jesús. Ellos no separaban la religión de la política, ya que, según su cosmovisión, veían a la religión y a la política como algo integral, porque el propósito de Dios se relacionaba con la nación - STORKEY Alan, Jesus and Politics: Confronting the Powers, Grand Rapids: Baker Academic, 2005, p.38).
Así, como muchos de sus contemporáneos, los discípulos de Jesús creían que el reino de Dios prometido por los profetas del Antiguo Testamento estaría restringido exclusivamente a un espacio geográfico definido (Israel) y tendría una dimensión política concreta (la liberación de la situación de opresión en la cual se encontraba el pueblo judío en ese momento) (Osca Cullmann, sobre este tema, precisa que "en tiempos de Jesús existían ya en el judaísmo dos concepciones muy diferentes respecto al Mesías. Según una, más o menos oficial y compartida por la mayoría del pueblo, el Mesías era un guerrero victorioso, el cual, como Rey, había de establecer en la Tierra un poderoso reino de Israel, por el cual reinaría Dios en el mundo. Según la otra, que era de los círculos más reducidos, el Reino de Dios se realizaría al margen de las contingencias terrenas, en un marco cósmico, por aquel a quien el Libro de Daniel y los Apocalipsis apócrifos llaman 'el Hijo del Hombre' y que 'vendrá sobre las nubes del cielo' Daniel 7:13" - CULMANN, Oscar, Jesús y los revolucionarios de su tiempo. Barcelona: Editorial Herder, 1980 p.31).
Más aún, parece que los discípulos de Jesús "veían su posición en términos políticos, y se veían a sí mismo como seguidores políticos del Mesías" (STORKEY Alan, Jesus and Politics: Confronting the Powers, Grand Rapids: Baker Academic, 2005, p.85)
Este es el dato histórico particular que se deriva, por ejemplo, del análisis de textos bíblicos como Mateo 20:20-28; Marcos 10:35-45 y Hechos 1:6, textos en los que se hace referencia a asuntos como las posiciones de privilegio y a temas como la restauración del reino al Israel geográfico, temas que estaban en el centro de la discusión de los discípulos. En estos textos se precisa lo siguiente:
Entonces se le acercó la madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos, postrándose ante él y pidiéndole algo. Él le dijo ¿Qué quieres? Ella le dijo: Ordena que en tu reino se sienten estos dos hijos míos, el uno a tu derecha, y el otro a tu izquierda (Mateo 20:20-21)
Entonces Jacobo y Juan, hijos de Zebedeo, se le acercaron, diciendo: Maestro, querríamos que nos hagas lo que pidiéremos. Él les dijo: ¿Qué queréis que os haga? Ellos le dijeron: concédenos que en tu gloria nos sentemos el uno a tu derecha, y el otro a tu izquierda (Marcos 10:35-37).
Entonces los que se habían reunido le preguntaron, diciendo: Señor, ¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo? (Hechos 1:6)
¿Por qué es valiosa esta información sobre las ideas corrientes que había con respecto al advenimiento del Mesías prometido? Porque ese marco cultural y teológico preciso, propio del mundo político-religioso judío del primer siglo, permite comprender mejor tanto las motivaciones como las pretensiones individuales y familiares que estaban detrás de la disputa o discusión de los discípulos de Jesús sobre el estatus y la capacidad de ejercer dominio sobre los demás.
Al respecto, tanto los relatos de Mateo y Marcos como el de Lucas indican que los discípulos pensaban que el establecimiento del reino de Dios estaba cerca y, por esa razón buscaban asegurarse los primeros lugares o los puestos de preeminencia en el reino mesiánico. Como lo precisa Lucas en su evangelio: (estaban) cerca Jerusalén, y ellos pensaban que el reino de Dios (basileia tou theos) se manifestaría inmediatamente (Lucas 19:11). Además, un análisis comparado de Lucas 22:24 con Mateo 20:24 y Marcos 10:41, demuestra que el tema del poder estaba presente en la mentalidad de todos los discípulos, y no únicamente en la de los hijos de Zebedeo y de su madre Salomé (De acuerdo con el evangelio de Mateo, fue la madre de los hijos de Zebedeo quien le pidió a Jesús que en su reino sus hijos, Juan y Jacobo, se sentaran en los lugares de preeminencia (Mateo 20:20-21). Tomando como base la información consignada en Marcos 15:40; 16:1; Mateo 27:56 y Juan 19:25, textos bíblicos sonde se mencionan datos sobre las mujeres que presenciaron la crucifixión y fueron en la mañana del domingo al lugar en el cual Jesús había sido enterrado, se presume que Salomé fue el nombre de la madre de los hijos de Zebedeo).
Consecuentemente, ninguno de ellos estaba libre de la seducción del poder,ni se hallaba vacunado contra el virus de la ambición política. Todos pensaban en los mismos términos. Fue así porque, según el testimonio lucano, no se trataba en realidad de la primera ocasión en que los discípulos de Jesús discutían entre sí sobre este asunto, tal como se señala en Lucas 9:46-48, un pasaje donde se subraya que los discípulos [...] entraron en discusión sobre quién de ellos sería el mayor (Lucas 9:46).
De acuerdo con el relato de los evangelios sinópticos, la búsqueda de los lugares de privilegio, preeminencia, estatus y poder, un asunto que se expresó claramente en la discusión colectiva sobre quién de ellos sería el más importante o el más grande, se exteriorizó en pasiones tan humanas como la disputa (Lucas 22:24) y el enojo (Mateo 20:24; Marcos 10:41). En otras palabras, dentro de la comunidad de discípulos, la lucha por acceder a las posiciones de preeminencia o a los lugares de prominencia en el reino de Dios, se expresó en acciones humanas egoístas y terrenales que lesionaban las relaciones de hermandad, compañerismo y solidaridad, que se suponía debía existir entre los seguidores de Jesús de Nazaret.
El hecho de que se trataba de una disputa o un altercado respecto a quién de ellos sería el mayor o el más grande revela que tanto el estado de ánimo de los discípulos como el clima teológico en el que está situada la discusión entre ellos, no fueron ni de solidaridad ni de compañerismo, especialmente porque la discusión o la disputa entre los discípulos giró en torno a temas críticos como las posiciones de privilegio que tendrían en el reino terrenal que, según su perspectiva teológica, Jesús pronto inauguraría.
La discusión tenía, por tanto, un sesgo político-religioso, relacionado con la capacidad de dominio político y de ejercicio del poder que iban a tener quienes se sentaren a la derecha y a la izquierda del trono, precisamente los lugares acostumbrados de preeminencia o de estatus en el mundo antiguo (Los lugares de preeminencia en las cortes reales, en las batallas y en las ceremonias públicas estaban localizados al lado derecho y al lazo izquierdo del trono del monarca o del lugar que ocupaba el líder visible del pueblo. Así se puntualiza, por ejemplo, en textos bíblicos como Éxodo 17:12; 2 Samuel 16:6; 1 Reyes 22:19; Nehemías 8:4). Pero ¿se trató de un problema exclusivo de los discípulos de ese tiempo o se trata de un problema que todavía continúa afectando las relaciones de hermandad, compañerismo y solidaridad en las comunidades de discípulos de este tiempo?
La naturaleza humana marcada por el egoísmo, el cual se expresa en asuntos concretos como el deseo de poder y la lucha por alcanzar los lugares de preeminencia, dentro y fuera de las comunidades religiosas, no ha cambiado. La experiencia de los discípulos de Jesús de Nazaret continúa siendo la experiencia de los seres humanos - entre ellos los evangélicos - de la aldea global contemporánea. La relevancia de la constatación previa se halla en sus implicaciones prácticas para el testimonio cristiano en el mundo. Así, por ejemplo, se puede señalar que asuntos como la lucha por alcanzar las posiciones de prestigio y una tendencia al uso instrumental del poder político o religioso, forman parte de la realidad social y afectan en mayor o en menor grado las relaciones humanas en el escenario público y las relaciones de hermandad y de compañerismo al interior de las comunidades evangélicas.
La constatación de estos hechos no niega, por supuesto, la legitimidad de aspirar a posiciones de preeminencia en las estructuras religiosas y de ejercer responsabilidades públicas en el campo político o en los movimientos sociales. Sin embargo, los discípulos de Jesús de Nazaret deben estar suficientemente conscientes de que el problema básico se encuentra en las motivaciones individuales y colectivas. Principalmente en el porqué (la motivación) se aspira llegar a cierta posición de poder dentro de una estructura política o religiosa y en el cómo (la vía, el vehículo o medio) se llega finalmente a esa posición de poder en el espacio público o en las comunidades religiosas.
Para los discípulos de Jesús de Nazaret, debe estar suficientemente claro que las motivaciones espurias, como la sed de poder o las ambiciones egoístas y las vías mundanas de acceso al poder, como la manipulación de las voluntades colectivas y la instrumentación de la autoridad espiritual con fines electorales, no son precisamente virtudes evangélicas ni motivaciones santas. Debe estar claro que se trata de un acomodo a la forma corriente de acceder y ejercer el poder político en la sociedad predominante y que constituyen, por tanto, una negación de la identidad cristiana de aquellos que actúan de esa manera, utilizando incluso un lenguaje religioso, para captar la simpatía y los votos de sus eventuales seguidores.
Particularmente, la incursión de ciudadanos evangélicos en la arena política en distintos lugares de América Latina, durante la última década, indica que no siempre los evangélicos que llegaron a los espacios de poder siguieron los principios de la ética del reino de Dios cuando estuvieron en la función pública. Este dato revela que ellos, como los políticos profesionales, fueron seres humanos de carne y hueso, de cuya experiencia se aprende que no basta ni el lenguaje religioso ni las buenas intenciones cuando uno participa en el juego del poder.
Lo mismo se puede decir con respecto al ejercicio de la autoridad espiritual conferida por Dios, ya que con frecuencia un número creciente de pastores y líderes han utilizado - y utilizan - de manera oportunista y ambiciosa su papel como conductores espirituales de las iglesias para presentarse como candidatos en procesos electorales o con el fin de hacer propaganda desde el púlpito al partido político de su preferencia. Estas conductas habituales en los últimos años, especialmente en la cercanía de procesos electorales, revela cuánta falta hace conocer los principios éticos del evangelio y practicarlos cotidianamente dentro de las distintas realidades humanas en las cuales los creyentes están inmersos como ciudadanos del reino de Dios y como ciudadanos de la polis a la que pertenecen.
2) LAS ESTRUCTURAS DE PODER
De acuerdo con el relato lucano, Jesús estuvo atento a la disputa entre los discípulos sobre los lugares de preeminencia en el reino de Dios. La frase pero él les dijo, es suficientemente indicativa sobre este punto. Mas aún, las palabras de Jesús registradas en Lucas 22:25 dan cuenta de que con su comentario subyace una interpretación o una lectura política del contexto histórico de ese tiempo. Indican que Él no se hizo ilusiones sobre las estructuras de poder y sobre el uso de la violencia en los reinos de este mundo. Esto es así porque en Lucas 22:25 y en los pasajes paralelos de Mateo 20:25 y Marcos 10:42, se precisa enfáticamente que Jesús conocía la forma en que los gobernantes paganos - tal vez pensando en Herodes Antipas y en el propio César romano - manejaban, controlaban y articulaban las relaciones de poder político en las naciones bajo su mandato o señorío.
Según Lucas, estas fueron las palabras de Jesús en esa ocasión: Los reyes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que sobre ellas tienen autoridad son llamados bienhechores (Lucas 22:25). O como se traduce en la Versión Popular de la Biblia (VP): Entre los paganos, los reyes gobiernan con tiranía a sus súbditos, y a los jefes se les da el título de benefactores (Lucas 22:25). La nota clave en este examen político crítico de Jesús, particularmente la sentencia sobre los abusos de poder por parte de los que dominan en este mundo, es que las personalidades autoritarias formaban parte también de la realidad política de su tiempo. Los reyes gobernaban con tiranía y oprimían a sus súbditos. En ese marco temporal concreto, todo el poder se concentraba en los basiléus (reyes), quienes eran los dueños absolutos de las éthnos (naciones) que controlaban férreamente, contando para ello con una red de súbditos incondicionales.
Parece también que las palabras de Jesús fueron - si se tiene en cuenta la versión del evangelio de Marcos - una crítica directa a la forma como ejercía el poder político Herodes Antipas, el autócrata de turno o el señor territorial en ese contexto histórico. Especialmente, porque el sentido de las palabras de Jesús en Lucas 22:25, sugiere una cierta ironía en su crítica al autócrata de ese tiempo.
"El verbo griego kalountai que Lucas utiliza (Lucas 22:25), tomado como voz media en vez de pasiva, puede traducirse: "se permiten ser llamados" euergetés. Este último término es una transposición griega de la palabra latina "benefactor", título que fue asumido por varios reyes sirios. Para los lectores sirios estas palabras tendrían un regusto irónico" (Stuhlmueller 1972:405)
No cabe duda entonces de que en estas palabras de Jesús subyace una nota política crítica respecto a la conducta pública de los gobernantes temporales. Este dato se reafirma aún más si consideramos la forma en que la NVI traduce la frase final de Lucas 22:25 se llaman a sí mismos benefactores, una traducción en la cual se subraya que los tiranos que ejercen el poder de una manera despótica no reconocen el carácter autoritario de su régimen; por el contrario, presumen ser gobernantes bondadosos y se dan a sí mismos el título de benefactores o bienhechores del pueblo. En tal sentido, acierta John Yoder, cuando afirma que:
Jesús "desmitifica" o "desenmascara" a los señores, cuando dice con tono de ironía que los reyes "se dejan llamar bienhechores"; es decir, pretenden y proclaman que su soberanía es ejercida a favor de sus súbditos. La pretensión de estar al servicio de sus súbditos es el tributo hipócrita que pagan los tiranos a la dignidad humana de sus administrados.
Las prácticas autoritarias no son ni una novedad contemporánea ni una moda pasajera en el complejo mundo de la política. La presencia de autócratas es una de las marcas distintivas de todos los regímenes en los cuales el ejercicio del poder político se concentra en un individuo o en un grupo de individuos que se enseñorean sobre todo el tejido social y sobre la comunidad política, utilizando la estructura del Estado para perpetuarse en el poder. Más que una casualidad o un accidente político coyuntural, las personalidades y los proyectos políticos autoritarios han sido reiterativos y constantes en la historia de los pueblos. Esto explica por qué, ya en Lucas 22:25, según el autor del tercer evangelio, Jesús mismo señaló que en las relaciones de autoridad o los gobernantes son llamados, o se llaman a sí mismos, bienhechores o benefactores.
Dicho de otra manera, en este texto bíblico se indica que quienes ejercen exousiázo (los que tienen autoridad) dentro de un proyecto político absolutista, legitiman y validan su presencia en esos lugares de preeminencia haciendo concesiones o favores a los cortesanos o a la élite que los apoya y al pueblo que respalda su gestión con el fin de asegurar la concentración de todo el poder en sus manos. Particularmente, porque a estos señores terrenales, efímeros y transitorios, les encanta que sus súbditos reconozcan las "bondades" de su gobierno llamándolos Euergetés (bienhechores o benefactores) o llamándose a sí mismos de esa manera. Ha sido de este modo, continúa siendo así en este tiempo, y seguramente continuará formando parte de la manera como las autoridades terrenales hacen sentir a sus súbditos el peso de su poder político.
La realidad de ese hecho se comprueba en la historia de los pueblos. En efecto, la presencia de autócratas y su permanencia en el lugar central de la pirámide del poder político por largos períodos descansa tanto en una red de cortesanos que apoya y sostiene su proyecto autoritario como en la articulación de una serie de mecanismos coercitivos cuyo fin es asegurar la vigencia del régimen por un tiempo bastante prolongado. Pero mientras hacen esto, diseñando mecanismos refinados de control social y de represión política, los autócratas de turno pretenden que quienes están bajo su autoridad crean que su mayor preocupación son los intereses del pueblo por el que - según su particular punto de vista - ellos velan en todo tiempo.
A lo largo de la historia, no han sido pocos los casos en los cuales a los tiranos terrenales, que oprimen férreamente a sus súbditos, se les ha llamado, como lo señaló Jesús en su momento, benefactores o bienhechores del pueblo. ¿Por qué ha sido así? Quizás porque a estos tiranos efímeros y temporales les encanta que el pueblo que sufre la violencia con la que ejecutan su poder absoluto los llame protectores o libertadores.
¿No han hecho también lo mismo los autócratas o dictadores de nuestro tiempo? ¿No ejercen también despóticamente su poder político? cuando esto ocurre, ¿de qué lado están los miembros, líderes y pastores de las iglesias evangélicas? ¿Del lado de los que ejercen con violencia el poder político o del lado de quienes sufren la violencia de los poderosos, una violencia que desfigura la dignidad humana, confirtiendo a los pobres y oprimidos en simples piezas de recambio o en artículos desechables de la sociedad de consumo?
3) LA ÉTICA DEL REINO DE DIOS
Un análisis de Lucas 22:26-27 permite establecer que para Jesús de Nazaret dos características fundamentales conectadas entre sí deberían diferenciar al ejercicio del poder al interior de la comunidad de discípulos de la forma en que se ejerce el poder en las sociedades humanas: las motivaciones y la práctica concreta.
Una de las claves interpretativas de Lucas 22:26-27, desde mi punto de vista, se encuentra en las siguientes palabras pronunciadas por Jesús cuando se percató del problema central que estaba detrás de la discusión acalorada de los discípulos sobre rangos y estatus en el reino de Dios: mas no así vosotros (Lucas 22:26). Estas palabras de Jesús indican que los discípulos, como ciudadanos del reino de Dios, tenían que olvidarse de rangos y preeminencias. Jesús les previene así tanto de la seducción como del peligro del poder, pues Él pretene que la comunidad de discípulos sea una contracultura con respecto a la sociedad circundante y una comunidad alternativa radicalmente distinta de las otras sociedades humanas.
En otras palabras, Jesús esperaba que sus discípulos fueran totalmente diferentes de las otras personas, tanto en las motivaciones que ellos debían tener para alcanzar los lugares de preeminencia o las ubicaciones de privilegio como en el ejercicio de la autoridad delegada o conferida.
Sin embargo, para ser diferentes de los demás, se necesita un cambio radical de mentalidad y de la conducta cotidiana, dos hechos que dan cuenta de un genuino arrepentimiento (metanoia) y de una auténtica conversión. Esto es así porque en la comunidad de discípulos la pirámide del poder se invierte, ya que la grandeza, cuya base es el amor hasta el sacrificio expresado en el servicio desinteresado al prójimo, consiste en darse a sí mismo como ofrenda para que otros disfruten de la liberación integral que el reino de Dios ofrece a los que deciden seguir a Jesús de Nazaret encarnado, crucificado y resucitado.
Consecuentemente, los valores de la sociedad circundante y las formas tradicionales de alcanzar los lugares de preeminencia en el mundo no se aplican en la comunidad de discípulos. Porque en la comunidad del reino, las relaciones humanas tienen un marco de referencia y principios éticos completamente distintos de los que predominan en la sociedad circundante, y el acceso a los lugares de privilegio tiene como punto de partida la exigencia de hacerse siervo de los demás siguiendo el ejemplo de Jesús. Como se puntualiza en el evangelio de Marcos: Y el que de vosotros quiera ser el primero, será siervo de todos. Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos (Marcos 10:44-45).
Jesús no llamó a sus discípulos para que ellos sean kúrios (señores), sino diákonos (ministros o servidores) y doulos (siervos), poniéndose él mismo como paradigma o modelo visible. Esto se expresa claramente en las siguientes palabras de Jesús registradas en Lucas 22:27: mas yo estoy entre vosotros como el que sirve (diakonéo) (En el texto bíblico paralelo de Marcos 10:43-44, se utiliza prácticamente como sinónimos las palabras diákonos (10:43) y doulos (10:44). Ambas palabras, si se tiene en cuenta el contexto, pueden traducirse como ministro o siervo, aunque técnicamente, la palabra diákonos está relacionada con la tarea de servir la mesa al empleador o maestro, mientras que la palabra doulos significa esclafo y refleja una condición de servidumbre).
Así, Jesús el diácono rechaza toda forma humana de lucha por el estatus y demanda a los discípulos que en sus diversas relaciones sociales y cuando estén en el ejercicio del poder actúen como él actuó, y no como las autoridades terrenales cuya escala de valores es radicalmente distinta a la de los principios del reino de Dios.
En el mundo antiguo, los personajes públicos, los señores terrenales, se sentaban a las mesas para que las personas de menor escala social - los doulos o el diakonéo - les sirvieran o atendieran. Casi lo mismo ocurre en nuestro tiempo, ya que las posiciones de estatus y de poder de cada uno pueden notarse en los lugares que los personajes públicos ocupan en las ceremonias y recepciones oficiales. Pero en el reino de Dios, la grandeza no se define por el estatus ni por la capacidad de dominio que un individuo tiene, sino por la capacidad de servir de manera sacrificada a los demás y por la disposición de dar la vida por amor al prójimo.
Esto es así porque al interior de la comunidad del reino la autoridad se legitima en el servicio y el poder tiene sentido solamente como servicio al prójimo. Y es que Jesús de Nazaret, con su actitud y sus palabras, puntualiza la necesidad de una transformación radical de la sociedad en una cultura sin rangos ni privilegios. En este sentido, está en lo cierto John Yoder cuando expresa que Jesús reprende a los discípulos: porque han malentendido el carácter de ese nuevo orden social que intenta establecer. La novedad de su carácter radica, no en que no sea social o visible, sino en que está marcado por una alternativa a los modelos de liderazgo comúnmente aceptados. La alternativa ante la manera en que gobiernan los reyes de la Tierra no es la "espiritualidad" sino la actitud de "servicio".
El reino de Dios es un reino que tiene un solo Rey. En ese reino, no se acostumbra, como en los reinos humanos, nombrar herederos o sucesores del Rey, ya que en el reino de Dios, todos los miembros comparten una misma identidad como discípulos que sirven a un solo Señor y reconocen a un único Maestro cuyo ejemplo de servicio hasta el sacrificio constituye la norma y el paradigma de grandeza ¿No es este un llamado a actuar en todo tiempo como una contracultura en lugar de adecuarse a la mentalidad predominante? ¿No es este un claro llamado a tener una ética pública radicalmente distinta de la ética corriente en los espacios de poder político?
La ética del reino de Dios tiene, indidablemente, una base y un horizonte totalmente diferentes de los valores que articulan y controlan las relaciones de poder en las distintas sociedades humanas. Se espera, entonces, que en la comunidad de discípulos el deseo de poder y las prácticas autoritarias tan comunes en la sociedad circundante, sean reemplazadas por la motivación evangélica del amor al prójimo y por el servicio desinteresado a todos los seres humanos. Tendría que ser así, entre otras razones, porque para los cristianos de todos los tiempos el modelo es Jesús de Nazaret y el horizonte es el reino de Dios.
En consecuencia, toda motivación subalterna y toda práctica autoritaria, toda búsqueda enfermiza de los primeros lugares, todo etnocentrismo cultural, político o religioso, constituyen una negación de la identidad cristiana de aquellos que, presentándose a sí mismos como ciudadanos del reino de Dios, no se han apartado todavía de estas prácticas mundanas. Jesús de Nazaret, nuestro modelo de diákonos, nos llama a ser radicalmente distintos de los no cristianos y de los cristianos de estadística. Consecuentemente, sus palabras, mas no así vosotros, perfilan la ruta por la que deben transitar todos sus discípulos en todos los espacios sociales en los cuales se encuentren. Esto es así porque ellos están llamados a ser distintos de los demás, tanto en las motivaciones como en la práctica concreta.
LAS LECCIONES PERMANENTES
¿Cuáles son las lecciones para nosotros? ¿Qué podemos aprender sobre las aspiraciones humanas, la forma como se utiliza la autoridad en las estructuras de poder, y sobre la inversión de valores que el reino de Dios demanda? ¿Es posible articular lineas pastorales sobre las que descanse la práctica del poder político entre los seguidores de Jesús de Nazaret?
No se trata de elaborar un manual de funciones infalible o una receta pastoral inapelable. Sin embargo, sí es posible hilvanar principios que ayuden a los creyentes a sentir, pensar y actuar bíblicamente, dentro de un terreno en el que la presencia evangélica no ha sido necesariamente distinta de la de otros actores colectivos o sujetos sociales y políticos. Especialmente, porque para caminar por los pasillos del poder y actuar en el campo de la política no son suficientes ni el discurso religioso ni las buenas intenciones, ya que se necesita conocer qué se hace en ese espacio social y cómo se logran los acuerdos y los consensos entre los diversos actores presentes en la comunidad política. Entonces ¿Qué se debe tener en cuenta?
En primer lugar, estar conscientes de que tanto la lucha por acceder a los lugares de preeminencia como la ambición de poder forman parte de la naturaleza humana y han articulado la historia de todos los pueblos. Incluso los discípulos de Jesús de Nazaret no estuvieron vacunados contra esas pasiones humanas tan reales y tan contemporáneas. Esto mismo se puede constatar también cuando se examina la historia de la iglesia cristiana y la experiencia cotidiana de muchas de las actuales comunidades evangélicas en distintos contextos históricos de América Latina. Precisamente, uno de los problemas básicos dentro de las relaciones de autoridad y subordinación se halla en las motivaciones que impulsan las acciones humanas, ya que ellas frecuentemente se traducen en una utilización instrumental del poder político o religioso para la obtención de beneficios y ventajas personales o colectivas.
Así pues, las motivaciones egoístas que buscan la afirmación y satisfacción de los deseos personales y del grupo auspiciador de determinado liderazgo son parte de la realidad social y revelan el rostro humano de la iglesia y la condición humana de los actores políticos. el problema planteado se agudiza cuando uno se percata de que los evangélicos no son tan santos como pretenden y que la mundanalidad se ha metido en las iglesias evangélicas. En otras palabras, las pasiones y motivaciones carnales se reflejan en el uso que se hace de la autoridad delegada y del poder que se tiene cuando este seduce a los actores humanos, moldea la conducta personal y colectiva, y alimenta la ambición y el orgullo.
En segundo lugar, la práctica autoritaria y despótica de los gobernantes de las naciones constituye un dato de la realidad histórica que jalona el ejercicio del poder político en los reinos de este mundo. No es una novedad afirmar que la historia de los pueblos da cuenta de esa realidad. Así, desde las estructuras de poder, los autócratas tejen o hilvanan una amplia red de relaciones sociales y políticas con el claro objetivo de consolidar su poder y el de la elite que lo acompaña en su aventura política. Esta concentración del poder en manos de un individuo - y de los sectores que apoyan y validan el carácter autoritario de su régimen - exige, por un lado, un endurecimiento del papel coercitivo del Estado, y por otro, un perfeccionamiento de los métodos represivos.
Esto es así porque para asegurar la vigencia del régimen, todo signo o señal de resistencia debe ser silenciado o simplemente arrasado, pues los autócratas no toleran la existencia de opositores, quienes son casi personajes incómodos para su proyecto autoritario.
La historia enseña que una de una de las estrategias utilizadas por los regímenes autoritarios para perpetuarse en el poder se relaciona con la oferta de favores políticos cuya intención es la búsqueda de popularidad de los basiléus (gobernantes) para que estos personajes sean reconocidos - haciendo uso de los mecanismos de presión del Estado o de las necesidades materiales de los pobres - como benefactores o bienhechores.
Al respecto, la experiencia de todos estos años enseña que los gobiernos autoritarios necesitan de un núcleo incondicional de cortesanos que validen el engranaje del régimen y ayuden al autócrata de turno a perpetuarse en el poder o a permanecer en él por un periodo prolongado. Para este fin, particularmente en las naciones pobres del mundo, se utiliza políticamente a las organizaciones sociales o, en todo caso, se desarticulan los focos de resistencia política y se anulan los derechos civiles básicos. En otras palabras, toda la estructura y las instituciones vinculadas al Estado se ponen al servicio de determinado régimen político para que este se perpetúe en el poder.
En tercer lugar, una internalización de los valores del reino de Dios que se reflejen claramente en un estilo de vida basado en el servicio desinteresado al prójimo. Esto implica que la práctica social y política de los discípulos de Jesús de Nazaret debe estar permeada profundamente y catalizada en todo momento por valores del evangelio como la verdad, la libertad, la solidaridad, la honestidad, la transparencia, la justicia, entre otros. Esto supone que la santidad cristiana, mas que un simple articulo de fe o mero principio doctrinal, debe ser la marca visible que diferencie el estilo de vida de los discípulos cuando estos se hallen en el ejercicio del poder religioso o del poder político, de las otras formas de ejercitar la autoridad espiritual y hacer política presentes en las sociedades humanas.
La tarea de los discípulos consiste en no dejar que las pasiones y los valores que jalonan las relaciones sociales y la práctica del poder en los reinos de este mundo cambien sus motivaciones o desfiguren y anulen su identidad como ciudadanos del reino de Dios, cuya base ética es innegociable y cuyo estilo de vida nunca tiene que ser convertido en un simple artículo de consumo sometido a las leyes del mercado político. El modelo concreto de Jesús de Nazaret, como el Rey Siervo, desafía a un servicio de amor hasta el sacrificio que transmite y comparte una nueva vida. ¿Qué significa esto? Que toda personalidad y toda práctica autoritaria, todo amor al poder, todo anhelo o deseo de enseñorearse sobre los demás son claras negociaciones de los valores del reino de Dios, porque dentro de la comunidad del reino, la autoridad recibida por parte del Señor se legitima en una práctica concreta de servicio al prójimo; una práctica que debe ser constantemente alimentada por valores evangélicos como la solidaridad, la justicia, la búsqueda del bien común y el compañerismo.
A la luz del texto bíblico analizado, se entiende que debe existir una diferencia sustancial entre la forma de comprender y practicar el poder en los reinos de este mundo y la manera en que los discípulos de Jesús de Nazaret comprenden y ejercitan el poder delegado. En esta diferencia de puntos de partida y de principios éticos, bastante ligados entre sí, son fundamentales tanto las motivaciones como la conducta social en la que se expresan estas motivaciones.
Motivaciones egoístas cuyo horizonte es una instrumentalización del poder político o del poder religioso en beneficio de un individuo o de una elite, al igual que una práctica autoritaria manifestada en actos como la violación de la dignidad humana de los sectores sociales más vulnerables, entre otras, son dos de las marcas que perfilan la forma de entender la autoridad delegada y utilizar el poder en los reinos de este mundo. No tiene que ser así, ni para los discípulos como ciudadanos de una polis determinada en la que deben dar testimonio del reino de Dios y su justicia, ni como miembros de la comunidad del reino, dentro de la cual tanto la motivación como los valores tienen que ser absolutamente diferentes del estilo de vida de la sociedad predominante.
Finalmente, se debe admitir que los evangélicos no están "vacunados" contra la tentación de un "amor al poder" y otros problemas humanos endémicos como la corrupción y la ambición, el nepotismo y el clientelismo. Por ello, se debe tener en cuenta que la característica distintiva de la presencia de la comunidad de discípulos como sal de la tierra y luz del mundo, tiene que ser el servicio basado en el amor antes que en la búsqueda de beneficios personales o colectivos. Esto implica que los discípulos de Jesús de Nazaret deben entender que la vocación política debe ser tan santa como cualquier otra vocación cuyo fundamento están en un claro e inequívoco llamado del Dios de la vida y Señor de la historia. Además, no se debe olvidar que siempre será necesario recordar que los discípulos de Jesús de Nazaret tienen que luchar contra la tentación contemporánea de convertir las iglesias evangélicas en una suerte de "capellanes" del gobierno de turno, en "voceros oficiosos" de un régimen en particular, o en instrumentos religiosos de un Estado. Nunca se debe subordinar el altar a los intereses del poder político.
A la luz de lo señalado anteriormente, siempre será necesario recordar que el modelo de vida es Jesús de Nazaret, el diákonos por excelencia, y que nuestro horizonte es el reino de Dios y su justicia. Al respecto, las palabras de Juan Calvino, el reformador de Ginebra, son bastante pertinentes para este tiempo en el que durante las coyunturas electorales emergen candidatos evangélicos, mayormente novatos e improvisados, limitados en su comprensión de la cuestión pública y huérfanos de una plataforma programática cuyo horizonte sea el bien común antes que la búsqueda de beneficios temporales para las iglesias evangélicas. Estas fueron las palabras de Juan Calvino dirigidas a los distintos públicos humanos de su tiempo: "No se debe poner en duda que el poder civil es una vocación, no solamente santa y legítima delante de Dios, sino también muy sacrosanta y honrosa entre todas las vocaciones" (CALVINO Juan, Institución de la Religión Cristiana, Tomo II, Tercera Edición inalterada. Rijswijk - Países Bajos: Fundación Editorial de Literatura Reformada, p.1171)
Los oprtunistas, los improvisados, los despistados, los novatos y los ingenuos en cuestiones políticas, que abundan en este tiempo al interior de las iglesias evangélicas, harían bien en reflexionar sobre este sabio consejo de Juan Calvino. Más aún, todos nosotros, los discípulos de Jesús de Nazaret inmersos en marcos temporales concretos, necesitamos entender que la arena política es un espacio legítimo de misión, una frontera misionera particular, un espacio de servicio al prójimo en el cual deben estar presentes responsablemente aquellos llamados para esta tarea particular, y no los ambiciosos, oportunistas e irresponsables.
Aquí se debe tener en cuenta que una atenta lectura de la experiencia del Antiguo Testamento demuestra que José, Daniel y Mardoqueo llegaron al poder no porque lo buscaran o lucharan por él, sino porque su fidelidad a Jehová en medio del sufrimiento los preparó para ser ensalzados (por el mismo Dios y el mismo poder que actuó en el Mar Rojo) y les permitió mejorar el orden pagano para que fuera una protección a su pueblo y viable como administración.
En otras palabras, ninguno de ellos fue un novato, un ingenuo, un aprendiz, un improvisado, un oportunista o un ambicioso. Fue así porque todos ellos llegaron a la cúspide del poder con cierta preparación en el manejo de los asuntos públicos y con una solidez ética que los distinguió radicalmente de los otros funcionarios públicos de ese tiempo.
En consecuencia, los llamados para servir a Dios y el prójimo en el campo de la política, necesitan entender que se trata de una tarea que exige experiencia previa de gestión ciudadana, conocimiento teológico básico, formación política mínima, competencia profesional y solidez ética. Esto para que no se conviertan en "tontos útiles" de los políticos tradicionales o de un régimen que busca aliados "estratégicos" que legitimen "teológicamente" sus acciones sociales y políticas. Además, se trata de una tarea la cual exige también que quienes incursionan en esta frontera misionera conozcan como funcionan las estructuras de poder y se establecen los pactos y consensos que se traducen luego en políticas de Estado ¿Hemos entendido todo esto o seguiremos siendo testigos de cómo la improvisación, la ingenuidad, la ambición y el oportunismo dañan la imagen pública de la comunidad evangélica?
LÓPEZ Rodríguez, Dario, La propuesta política del Reino de Dios - Estudios Bíblicos sobre Iglesia, Sociedad y Estado. Ediciones Puma, Lima, p. 13-44.
Darío López Rodríguez, obtuvo su PhD en el Oxford Centre for Mission Studies, Oxford, Reino Unido. Es presidente del Concilio Nacional Evangélico del Perú; profesor visitante del Church of God Theological Seminary (Cleveland, Tennessee, USA), del Centro de Capacitación Misionera (La Paz, Bolivia), del Seminario Bíblico Gamaliel de la Iglesia de Dios, del Colegio Pentecostal (San Juan, Puerto Rico), del Seminario Sudamericano (Quito, Ecuador); es profesor de la Universidad Bíblica Latinoamericana, Recinto Lima. Pastor de la Iglesia Monte Sinaí en Villa María del Triunfo de la Iglesia de Dios del Perú y autor de varios libros.
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Publicado originalmente en noviembre de 2017.