El significado de la Crucifixión de Cristo
A un grupo de alumnos universitarios se les preguntó qué día, según la opinión de ellos, fue el más triste en la historia del mundo. Casi unánimemente contestaron que el día cuando Jesucristo fue crucificado en la cruz del Calvario. Fue el día más tenebroso y más triste de la historia. Ciertamente hubo bastante razón para dar esta contestación.
Cuando abrimos la Biblia, tenemos que confesar que ese fue un día oscuro, porque en ese acontecimiento los pecados de todos los hombres fueron reunidos y cargados sobre Cristo, el inocente que no conocía el pecado. Aquella montaña de pecados opacó el sol, haciendo estremecer a la naturaleza y silenciando las aleluyas del cielo. Pero las tinieblas de aquella hora triste fueron de poca duración. En realidad, el universo estaba en el umbral de un día nuevo y glorioso.
Desde mi alcoba, que da a las montañas que forman la llamada Cordillera Azul, con frecuencia he presenciado la salida del sol. He notado que la oscuridad se pone más densa inmediatamente antes del amanecer. Hubo solamente un día entero entre la crucifixión de Jesús y su resurrección. Por alguna razón nos formamos en la mente un cuadro de la cruz con rayos de luz celestial emanando de ella. Cuando Jesús en agonía exclamó "consumado es", la luz de esperanza que procede del cielo iluminó al mundo que hasta entonces sólo había conocido la negrura del pecado y de la desesperación. Algunos artistas han representado la cruz, haciéndola aparecer en silueta contra un fondo de luz radiante, y ciertamente esto sí representa una verdad espiritual. El apóstol Pablo dijo: "Pero lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo." (Gálatas 6:14)
¿Qué gloria hubo en la cruz? Este era un instrumento de suplicio inventado para castigar a los peores criminales. No tenía atracción para nadie y era emblema del sufrimiento y de la vergüenza. ¿Por qué Pablo se gloriaba en ella? Porque las esperanzas y los sueños de todos los hombres a través de la historia humana están ligados a esta cruz. Porque sobre esa cruz el amor de un Dios compasivo fue revelado a un mundo rebelde. Se gloriaba en la cruz porque el hecho más abnegado, que supera al que jamás haya hecho hombre o ángel, se verificó sobre ella.
Pablo en su mente, vio emanar de aquella escena triste del Hijo de Dios crucificado, la esperanza radiante del mundo, el fin de la esclavitud impuesta por el pecado, y el amor de Dios iluminando el corazón de los hombres.
Hablando en figuras, puede decirse que hubo cuatro rayos que emanaban del Cristo crucificado, y cada uno de ellos simboliza algo que Jesucristo logró por nosotros cuando se dio a sí mismo sobre ese instrumento de sufrimiento. Estos cuatro beneficios que resultan se hallan en 2 Corintios, en el capítulo 5.
Primero: Hubo el rayo de la reconciliación.
La Escritura dice: "Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación." (2 Corintios 5:19). El término reconciliar quiere decir armonizar; o restaurar a las relaciones correctas, y Cristo en la cruz hizo más para efectuar esto que la fuerza militar de Alejandro el Grande, Napoleón, y Julio César juntos. Un solo hombre sacrificándose en una cruz hizo más para restaurar la armonía del hombre con Dios, con sus prójimos, y con sí mismo; que el genio y poder combinado de los más destacados héroes de la historia.
Por causa de mis limitaciones humanas no puedo comprender cabalmente el misterio de la expiación por Jesucristo. Solamente sé, que todo aquel que viene al Salvador, simplemente confiando en la obra de Cristo se libra de su culpabilidad y halla paz con Dios. La Biblia dice respecto a Cristo que Dios propuso "por medio de él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz. (Colosenses 1:20).
Por medio de Cristo tenemos una triple reconciliación. Primero, nos reconciliamos con Dios. Este término reconciliar debe traer gozo al corazón de cada creyente porque significa restaurar la armonía con Dios y miles de personas, sin duda, quisieran establecer relaciones amigables con Dios. Su conciencia le estorba, no tiene usted una paz y un gozo interiores, sabe que vive lejos de Dios. Usted puede tener esta paz con Dios, pero primero es preciso emprender el viaje al Calvario, porque el camino al Cristo en la cruz es el único que conduce a la reconciliación con Dios.
Como resultado de nuestro viaje a la cruz, nos reconciliamos con nuestros prójimos. El amor para con otros es una de las evidencias de la vida cristiana. Es imposible amar a Dios y odiar a su prójimo. Si en su corazón abriga usted recelo hacia alguna persona, le conviene fijar su mirada en la cruz y escuchar a Jesucristo decir: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen." Solamente Cristo nos capacita para amar a los que no merecen ser amados.
Después de una campaña de evangelización que dirigí en mi estado natal, recibí una carta de un hombre que había asistido a nuestros cultos. Me decía que antes de la campaña evangelística su alma estaba llena de odio, amargura y prejuicio racial. Él se había juntado a una de esas organizaciones radicales y estaba a punto de cometer actos de violencia. Motivado por la curiosidad asistió a los cultos de predicación y una noche se convirtió gloriosamente. Él testificó en cuanto a su conversión así: "Toda la amargura, el odio, la malicia, y el prejuicio me dejaron inmediatamente. Me encontré después del culto en la sala contigua al templo, sentado junto a una persona de otra raza. Sin restringir mis lágrimas di la mano a este hombre a quien horas antes hubiera yo detestado. Mi problema racial ya está resuelto. Ahora puedo amar a todos los hombres no obstante el color de su piel."
Esta es la razón por qué repito con frecuencia que solamente Cristo puede resolver este complicado problema de las relaciones raciales. Hasta que el pueblo de las distintas razas llegue a aceptar a Cristo como su Salvador, no pueden amarse los unos a los otros. Cristo nos puede dar un amor sobrenatural, y la capacidad para amar a los que normalmente no nos interesa amar.
En tercer lugar, Cristo nos reconcilia con nosotros mismos. Hay millones de personas que están luchando con tensiones interiores y problemas semejantes al problema del cual Pablo escribió: “no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago" (Romanos 7:19). Estoy convencido de que Cristo supera al más grande psiquiatra de la historia. Jesucristo puede quitar la confusión de su vida y darle a usted una paz interior y un gozo como jamás ha conocido porque Jesucristo resuelve los conflictos del alma.
El segundo rayo que emana de la cruz es el rayo de la redención.
En la segunda Epístola a los Corintios, capítulo 5, versículo 21, encontramos estas palabras: “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado”. Esta es la doctrina de la expiación, es decir, que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras. Esto es el corazón del evangelio que hace que el cristianismo se destaque como la única religión del mundo que tiene una fe redentora.
El señor Amoldo Toynbee relata la historia de una enfermera china que cuidaba a los niñitos de un hogar cristiano. Los amos de la casa notando que ella se preocupaba por algo, le preguntaron qué cosa le molestaba. Ella repuso: “Hay algo que no puedo entender. Evidentemente ustedes son gente buena y aman a sus niños. Sin embargo, en el hogar de ustedes tienen un cuadro grande de un criminal que está sufriendo una tortura con clavos atravesando sus manos y sus pies. No puedo entender cómo ustedes pueden exponer a sus hijos a este cuadro horrible, particularmente durante los años impresionables de su vida." El señor Toynbee comenta: "Lo más interesante para mí respecto a la reacción de la enfermera china concerniente a la crucifixión es que la cruz habría tenido la misma reacción en un griego de la edad precristiana, en un estoico romano, o en un filósofo epicúreo."
Sí, para los historiadores, aun para un historiador tan eminente como el señor Toynbee, la predicación de la cruz y de la redención siempre ha sido para la mente intelectual locura. La glorificación del sufrimiento en cumplimiento del amor, y la compasión angustiosa de un Dios amoroso, no pueden ser comprendidos por la mente camal. Pero nosotros que hemos mirado al Salvador crucificado, y hemos contemplado cómo pagó el precio de nuestra redención con su preciosa sangre, cantamos con reverencia y gratitud:
Desde su faz hasta sus pies,
Unidos ved amor, pesar;
¿Qué unión tan fiel como esta es
En otro ser podéis mirar?
Con las espinas, diga, ¿quién
Formó corona rica así?
Mas la corona del gran bien
Posible él hizo para mi.
Si la riqueza terrenal
Pudiera yo a mis plantas ver,
Pequeña ofrenda mundanal,
Sería el írsela a ofrecer.
Aquel dolor tan grande y cruel
Que sufre así mi Salvador
Exige en cambio para él
Un alma llena del amor!
El tercer rayo que emana de la cruz es el rayo de la regeneración.
Otra vez la Biblia dice de Jesús: "y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos." (2 Corintios 5:15).
Pablo subrayó el aspecto vivificante del mártir de la cruz cuando dijo: "De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es: las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas." (2 Corintios 5:17)
Millones y millones de hombres y mujeres se han sujetado a este rayo vivificante del calvario y han experimentado su poder transformador. San Agustín, después de disfrutar de los placeres del mundo y cansado de sus vanidades, huyó al crucificado en busca de refugio. Juan Wesley, después de muchos años de esforzarse para hallar paz con Dios, por fin se expuso a los rayos vivificantes del Cristo traspasado y sintió en su corazón un calor maravillosamente extraño. Juan Bunyan, alumbrado por los rayos de la cruz, sacó desde el corazón regenerado, y con su pluma inspirada, su famoso libro "Progreso del Peregrino."
Elizabeth Elliot, fue criada bajo la protección de padres cristianos; sin embargo, llegó a la vida de Elizabeth el momento cuando el poder transformador del Salvador crucificado la alcanzó y le impartió una paz que nunca se aparta de ella a pesar de vivir en peligro constante entre los indios salvajes del Ecuador. La paz y el poder que Cristo ha traído a Elizabeth Elliot, le han permitido a ella escribir un nuevo capítulo en la historia misionera tan interesante y emocionante como se puede hallar en cualquier página de la historia de la iglesia. Créanme, el Cristo que murió en la cruz nunca ha perdido su poder redentor. La fuente de la salvación fluye todavía para limpiar de todo pecado, y cada día, a través del mundo, los hombres y mujeres de todas las razas están probando y experimentando la eficacia y poder del crucificado.
Hace pocas semanas un hombre me escribió desde el África, y dijo: "Soy el jefe de mi tribu. Aprendí a escribir y a hablar el inglés en una escuela misionera. Hace años que he escuchado predicar el cristianismo. En nuestro pueblo tenemos una radio y siempre sintonizamos el programa de usted. La semana pasada cuando usted nos invitó a inclinar nuestro rostro y entregar nuestra vida a Jesucristo, por primera vez llegué yo a conocer lo que significa tener
paz con Dios. Desde aquel momento he experimentado un cambio en mi vida." Así como Cristo cambió la vida de aquel jefe africano, cuando escuchó el evangelio difundido por radio, así puede Jesucristo cambiar la vida de usted en este momento.
El cuarto rayo que emana de la cruz es el rayo de la justicia.
"Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él." (2 Corintios 5:21). Por medio de su sacrificio en la cruz, Jesucristo no solamente nos dio su amor, su sangre y su vida; también nos impartió su naturaleza. Solamente en la ética divina se puede efectuar este cambio. Un matrimonio que no tiene hijos puede adoptar a un runo y pueden amarlo, cuidarlo, y hacerlo legalmente suyo. Pero hay una cosa que no pueden hacer por este niño: no pueden impartirle la naturaleza y la personalidad de ellos. Cuando alguien les dice: "Este niño es la imagen de su padre", los padres se sonríen
con gratitud, pero saben que no es verdad. Pero cuando Dios por medio de Cristo nos adopta como miembros de su familia, él nos da una nueva naturaleza, él nos imparte su justicia.
Gracias a Dios, que desde el Sacrificado en la cruz brillan los rayos de la reconciliación. ¿Usted se ha reconciliado con Dios? ¿Ha hecho su paz con él? Desde este sacrificio brilla también la redención. ¿Puede usted decir que Jesucristo pagó el precio de mi redención y me ha lavado de todos mis pecados? Desde este sacrificio brillan los rayos de la regeneración. ¿Tiene usted vida espiritual? ¿Dios le ha dado a usted vida nueva y eterna? Emanando de este sacrificio brillan también los rayos de la justicia. ¿En usted hay las evidencias de ser cristiano? ¿En cuál confía usted, en sus propios méritos o en la gracia del Redentor y Salvador
Jesucristo? Él fue hecho pecado por nosotros, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él.
Durante la guerra hispanoamericana, un barco español fue echado a pique en la bahía de San Diego. Alguien descubrió un mástil en forma de cruz a flote en el agua y gritó a los marineros quienes estaban en peligro de ser atacados por los tiburones: "Huyan a la cruz, huyan a la cruz, y serán salvos." Este es mi mensaje para usted: Eche mano de Jesús por la fe, y será salvo.
Le suplico que ahora mismo se arrepienta de sus pecados, venga hasta aquella cruz, y reciba a Cristo como su único Salvador, dejando que los rayos del Salvador sufriendo en la cruz transformen su vida en este momento.
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- Tomado de la serie de mensajes "Jesucristo y la Cruz", predicados por el pastor Billy Graham. Séptima edición, 1983, Casa Bautista de Publicaciones.
- Las citas bíblicas corresponden a la versión Reina-Valera 1960.