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La Reforma Protestante (parte 2) Precursores de la Reforma I


Dentro de esa corriente renovadora, que, como acabamos de ver, tiene muy remotos orígenes, hay tres personajes de especial importancia. Entre los tres dibujan perfectamente las principales causas doctrinales, morales y políticas que determinarían la irrevocable decisión de un gran sector de la iglesia cristiana de separarse de la autoridad de Roma. El hecho de que uno aparezca en Inglaterra, otro en Bohemia y el tercero en Italia, demuestra que la necesidad y el deseo de reforma era universal. Cada uno de ellos parece dirigir sus esfuerzos hacia una faceta determinada de la vida eclesiástica de su tiempo, y, como es de suponer, no todos ellos tienen la misma trascendencia. Veamos el primero y, con mucho el más importante.


JOHN WYCLYFFE o WYCLYF (1320-1384)


Nació nuestro primer personaje en lo que hoy es Hipswel (Yorkshire) y se formó en el Balliol College de Oxford. No sabemos cuando fue ordenado sacerdote, pero sí se sabe que en 1361 peticionaba a la Curia Romana una canonjía, y que se le concedió la de la Iglesia Colegiata de Westbury-on-Trim. Tras terminar sus estudios en Oxford, Wycliffe desempeñó con mucho éxito el cargo de profesor de filosofía en la misma Universidad. Allí adquirió gran fama por su habilidad y sutileza en las disputas de las escuelas, viéndose sus clases muy concurridas. En 1372 obtuvo el grado de Doctor en Teología, y dos años más tarde la Corona le presentó como candidato para la rectoría de Lutterworth, cargo que obtuvo y conservó hasta su muerte. Wycliffe es en este tiempo un hombre en plena madurez. Su labor reformadora se había de desarrollar en los últimos diez años de su vida.


El mismo año de su traslado a Lutterworth, es decir en 1374, Wycliffe fue enviado a Brujas como miembro de una comisión real designada para discutir con delegados del Papa la espinosa cuestión de las provisiones o impuestos que Roma exigía al pueblo inglés. En los Comunes habían muchas quejas con motivo de las grandes sumas de dinero que la iglesia sacaba del país con destino a Roma. Wycliffe había expresado con anterioridad su disgusto sobre este asunto, y ello le convertía en parlamentario ideal a los ojos del grupo político que, dirigido por Juan de Gante, duque de Lancaster, se disponía a cortar tal sangría.


Las conversaciones de Brujas fracasaron, pues en realidad convenía al Rey conservar el sistema papal de impuestos; pero cuando Wycliffe regresó a Inglaterra comenzó a dirigir severas censuras al sistema eclesiástico establecido, tanto desde su sede en Lutterworth como en sus frecuentes visitas a Londres, donde pronto adquirió extraordinaria fama como predicador. Nótese que sus censuras no provenían en un principio de diferencias dogmáticas, pero lo cierto es que desde su regreso de Brujas aumentó su simpatía hacia la política anticurial que se desarrolló en Inglaterra desde el acceso al trono de Eduardo I.


En otoño de 1376 leía Wycliffe a sus discípulos de Oxford su tratado De Civili Dominio, en el que con toda certeza debieron inspirarse los 140 artículos de la Ley presentada por el Parlamento aquel mismo año, para corregir los abusos eclesiásticos. En este tratado proclamó Wycliffe por primera vez su doctrina de que la rectitud es lo único que da derecho al ejercicio de la autoridad y posesión de propiedades, y que un clero no recto pierde todos sus derechos, quedando en la potestad del poder civil el decidir si debe privar o no de sus posesiones a tal clero. Provenía este criterio de la convicción de que toda autoridad es dada por Dios, pero de manera que Dios nunca renuncia a su soberanía sobre las cosas. El hombre debe ejercer su señorío por medio de la rectitud, y, por consiguiente, los impíos pierden sus derechos.


Tanto en su De Civili Dominio como en el tratado titulado Determinatio Quaedam de Dominio explica Wycliffe que la iglesia no debe ocuparse de los bienes temporales. Como es lógico la nobleza inglesa dio muy buena acogida a estas enseñanzas, mientras que el privilegiado clero daba muestras de creciente hostilidad. Hasta aquí no había un ataque directo al sistema doctrinal de la iglesia romana. Sin embargo, en 1377 el arzobispo Sudbury ordenó a Wycliffe presentarse ante el obispo de Londres. Acudió el reformador acompañado de su protctor el Duque de Lancaster, Lord Percy, mariscal de Inglaterra, y cuatro doctores de las cuatro órdenes mendincantes. Antes de que Wycliffe pudiera abrir la boca estalló una terrible discusión entre sus protectores y el obispo Courtenay, y la reunión terminó de forma tumultuosa.


En mayo del mismo año el Papa Gregorio XI expidió, a instancias de la jerarquía inglesa, una bula en la que se condenaban 18 conclusiones del tratado De Civili Dominio. Según esta bula, la Universidad de Oxford debía enviar a Wycliffe ante los dos grandes prelados, Sudbury y Courtenay, quienes tras examinar la verdad de las acusaciones debían informar a Roma. Entretanto, Wycliffe quedaría arrestado. Pero nada de esto pudo cumplirse por varias circunstancias: El Rey murió a finales de junio, los obispos reaccionaron con lentitud, y, por último, la Universidad se negó a reconocer el derecho del Papa para ordenar un encarcelamiento en Inglaterra.


Cuando unos meses más tarde se reunió el Parlamento y Wycliffe fue consultado acerca de la legalidad de prohibir la salida de dinero para satisfacer las demandas del Papa, el reformador respondió afirmativamente. Además presentó ante ese mismo Parlamento una refutación, aprobada por su Universidad, de la bula papal. Su protestatio fue enviada a Roma, pero antes de que pudiera decirse nada, murió Gregorio XI. Varios incidentes más pusieron de relieve la tensa relación entre la nobleza y el clero, y en todos ellos se puso Wycliffe junto al poder civil.


El Cisma de Occidente, provocado por la elección de Clemente VII en oposición a Urbano VI, en 1378, fue la gota que colmó el cáliz de la hostilidad e indignación de Wycliffe hacia la Santa Sede, llegando a afirmar en esta época que el papado era identificable con el Anticristo.


A partir de ese momento decidió hacer pública su oposición al sistema y doctrina de la iglesia oficial. Para ello designó a un numeroso grupo de sacerdotes, seguidores suyos, como predicadores itinerantes, y preparó una traducción de la Vulgata (La Biblia en versión latina) al inglés. Esta nueva traducción de la Biblia, junto con los numerosos tratados y sermones que escribió, dieron a Wycliffe el honor de ser el fundador de la prosa escrita inglesa.


El descontento popular contra el acomodado clero aumentó a causa de las actividades de Wycliffe y sus ayudantes. También la clase intelectual fue alcanzada con varios tratados escritos en latín, cuyo conjunto forma la Summa Theologiae. Hacia 1380 Wycliffe inició un ataque formal contra lo que él llamó "nuevas doctrinas" acerca de la eucaristía, en una serie de opúsculos, luego reunidos en el Trialogus. La forma en que denuncia la transustanciación es un clarísimo y fiel precedente de la doctrina de la consustanciación de Lutero. Afirmaba el reformador inglés que la doctrina de la transustanciación era contraria a la Escritura y filosóficamente un absurdo. Para Wycliffe el Señor está en el pan solo en un sentido sacramental, espiritual y virtuoso, y no acepta que el pan, después de la consagración sea "esencial, sustancial, corporal e idénticamente" el cuerpo de Cristo.


A pesar de la fama y popularidad de que Wycliffe gozaba, este último paso era demasiado avanzado y radical para encontrar el apoyo de los anteriores. Los teólogos de la Universidad se opusieron, y habiéndose reunido doce doctores, fueron condenadas las tesis de Wycliffe. Apeló este al Rey, pero su petición no encontró el eco apetecido, ya que se trataba de una doctrina ajena a los intereses civiles. El propio Juan de Gante envió apresuradamente emisarios a Wycliffe instándole a guardar silencio. Los contratiempos se multiplicaron al estallar por aquel entonces (1381) una grave revuelta de la población rural, y aunque de modo alguno tenía éste relación directa con la obra de Wycliffe, tuvo el efecto de unir a los elementos conservadores de la nobleza y el clero, quedando Wycliffe prácticamente aislado.


Decidió entonces el obispo Courtenay, principal enemigo del audaz reformador, acabar con tan molesto obstáculo. Convocó un tribunal en el convento de Blackfriars con el propósito de juzgar y condenar al rector de Lutterworth. Pero el juicio no pudo celebrarse debido a que la Universidad intervino de nuevo, negando la judisdicción de Courtenay sobre Wycliffe, y tras un breve forcejeo legal, la cuestión quedó de nuevo estacionada.


Pero al final iba a llegar de un modo imprevisto. En 1383 sufrio Wycliffe un ataque de parálisis, que se repitió el 28 de diciembre de aquel mismo año con gravedad mortal, expirando la víspera de Año Nuevo. Fue enterrado en Lutterworth, pero un decreto del Concilio de Constanza (1415) dispuso de sus restos fuera desenterrados y quemados, encargándose el obispo Fleming de cumplir esta orden a requerimiento del Papa Martin V, en 1428.


Las doctrinas de Wyclife no tuvieron mucha repercusión en Inglaterra por el momento, excepto en el movimiento llamado lollardismo, pero sin embargo ejercieron gran influencia en Bohemia. Un estudio desapasionado de la vida de Wycliffe nos permite ver en él un hombre de gran sinceridad, entregado por entero a la noble causa de reformar la iglesia. Con su muerte, esta causa sufría una grave pérdida, pero muy pronto volvió a encenderse la llama en otro lugar de Europa.


"Para que la cristiandad tenga un fundamento autónomo, Dios puso la ley de la Escritura como reglamento, en que los cristianos deben basarse en todo lo que se refiere a su hablar y al significado de sus conceptos [...]. A pesar de que algunos profesores opinan que en tiempos del Anticristo y sus seguidores los cristianos idearían muchas maneras para hacer frente a sus intrigas, a mí me parece que la fe en la Biblia es el mejor medio para discernir si un hombre enseña y vive en armonía con la ley de Cristo [...] Si el amor por la ley corresponde al amor por el legislador, ¿cómo entonces un hombre puede amar a Cristo sobre todas las cosas, si desprecia su ley o la abandona para seguir la ley de los hombres? ¿Acaso no ama más el fruto de la ley que más adora, y por consecuencia, ama más los bienes efímeros que los eternos? Es exactamente lo mismo con el estudio que el hombre dedica a ampliar su conocimiento, porque éste significaría más amor por Dios si estuviera dirigido a la ley de Cristo, y por ende, un bien mayor. Y lo mismo se puede decir de los que multiplican las leyes de los hombres, con lo cual hacen pedazos el estudio de la teología. ¿Acaso la ley de Cristo, tal como es legada a la posteridad en la Biblia, no es suficiente? ...¿Acaso hay que creer que aquellos que estudian las leyes ajenas bajo el pretexto de conocer mejor la ley de Cristo, conservarla y protegerla, tendrán una disculpa creíble ante el tribunal del máximo juez? ¿Acaso no son sus propias acciones las que los denuncian? Deberían, en primer lugar, examinarse a sí mismos si entienden tanto de la ley de Cristo como deberían, siempre que se esfuercen por el conocimiento práctico de los mandamientos del Señor en la misma medida que conocen los reglamentos de los hombres. Deberían examinar, en segundo lugar, si el objetivo de sus estudios es llevar la vida pobre y esforzada de Cristo, o vivir en el goce y la pompa del mundo y quedarse con los ingresos y ganancias para sí y sus familias. Deberían examinar, en tercer lugar, si se esfuerzan para la realización y defensa de la ley de Cristo, que es la que siempre los guía, ¡en la misma medida con la que defienden su propia ley! Al contrario, ¿no es muy evidente en la política que los juristas se pelean sobre la superioridad y el rango superior de su ley por encima de la ley de Cristo, y por ende persiguen con más severidad a los que fomentan la ley de Cristo? Y si uno les pregunta por los Diez Mandamientos, ¡generalmente no saben el número ni el orden de ellos! De esto se deduce que los culpables son especialmente nuestros teólogos, nuestros monjes adinerados y nuestros curas juristas, que cierran el camino a la ley de Cristo.' (De veritate Sacrae Scripturae)



JUAN HUSS (1373-1415)


Es el heredero directo de Wycliffe, si bien no significa un gran avance en el proceso renovador de la iglesia. Su obra es una mezcla de celo religioso y social, combinado con un gran patriotismo y amor a la independencia. En lo doctrinal Huss no evoluciona tan rápidamente como Wycliffe y, en cierto modo representa un retroceso respecto al reformado inglés.


Nació Huss en la aldea checa de Hussinecz, cerca de la frontera bávara. De su juventud merece destacarse que fue un aplicado estudiante en la Universidad de Praga, donde empezó a enseñar en 1398. Hay dos circunstancias que pueden señalarse como decisivas en su vida religiosa. La primera es su ordenación y subsiguiente nombramiento como rector de la capilla de Belén, erigida en Praga por fervorosos ciudadanos para la predicación y culto en lengua bohemia. La segunda es su contacto con los escritos de Wycliffe, llegados al país a través de las numerosas embajadas inglesas con motivo del matrimonio de Ana, hermana del Rey Wenceslao, con Ricardo II de Inglaterra. Estos escritos movieron a Huss a interesarse en la reforma de la iglesia. Tradujo al checo el Trialogus de Wycliffe, y dos años más tarde (1405), publicó su propia obra sobre la Eucaristía, titulada De Omni Sanguine Christi Glorificato, donde clama contra los falsos milagros y la ambición eclesiástica, pidiendo a los creyentes que busquen a Cristo en la Escritura.


Huss fue designado varias veces para predicar en los sínodos nacionales, aprovechando estas ocasiones para amonestar al clero y manifestarse contra la poderosa influencia política de los alemanes. Pero tal actitud no podía sino levantar fuerte oposición en el sector tradicionalista de la iglesia, presentándose ne 1408 una fuerte protesta ante el obispo Sbinsko, quien inmediatamente ordenó a Huss que cesara en sus predicaciones, con gran indignación de sus partidarios y amigos. No obstante, en la Universidad consiguió Huss un gran triunfo al ver aumentada la influencia del partido nacionalista por otorgarse al grupo bohemio tres votos, y uno a los bávaros, sajones y polacos. Este éxito, junto con la actitud neutralista de Huss en la cuestión del Cisma de Occidente, le granjeó la amistad y apoyo del Rey Wenceslao, así como una gran popularidad.


Pero la tormenta amenazaba ya al reformador. El Papa Alejandro V, apoyado por el obispo de Praga - quien, por cierto, hasta entonces había apoyado a Gregorio XII - publicó una bula contra las doctrinas de Wycliffe, ordenando la quema de sus escritos. Huss protestó y defendió públicamente algunas de las doctrinas wyclefitas, con el resultado de provocar su excomunión, mientras que la ciudad de Praga era puesta bajo interdicto papal.


Pero Alejandro V murió en esta época. Su sucesor, Juan XXIII, expidió una bula otorgando indulgencia a quienes se alistaran para luchar contra Ladislao de Nápoles, el protector de Gregorio XII en el problema del Cisma. Esta bula, que fue atacada por Huss, fue causa de división entre sus partidarios, hasta el punto de originar tumultos callejeros en Praga y el Rey, aunque favorable a Huss, velando por la paz de la ciudad, ordenó en 1411 que éste saliera de allí. Huss obedeció, pero la paz no llegó. Desde el sur de Bohemia el incansable reformador continuó escribiendo contra la corrupción e injusticia existente en el país, y no hizo falta mucho tiempo para que llegara a convertirse en cabeza de un movimiento popular, lleno de reivindicaciones sociales y políticas, no exento de animosidad contra la iglesia.


Con el fin de solucionar el conflicto, el Emperador Segismundo, heredero del trono de Bohemia, decidió llevar la cuestión al concilio de Constanza. Huss aceptó acudir para exponer sus doctrinas, siempre que se le proveyera de un salvoconducto y se garantizara su regreso. Así lo hizo el Emperador, pero cuando el 28 de diciembre de 1411 Huss llegó a Constanza, las autoridades eclesiásticas allí reunidas ordenaron su inmediato encarcelamiento. El Emperador se encolerizó terriblemente y amenazó con abandonar el concilio, pero al fin se avino a que Huss fuera procesado por herejía.


El concilio pasó por diversas visicitudes, entre ellas la huída de Juan XXIII, y la causa se alargó varios años, sin que nadie pudiera hacer nada por librar a Huss de aquel duro exilio que poco a poco acababa con sus fuerzas. Al fin, en la sesión del 7 de junio de 1415, el concilio examinó las relaciones doctrinales entre Huss y Wycliffe, basándose en la obra De Ecclesia, del reformador bohemio, Huss rechazó el cargo de haber abandonado la doctrina de la transustanciación, pero expresó su admiración por Wycliffe y afirmó que no creía que Pedro fuera cabeza de la iglesia. Por último, el concilio exigió que se retractara de todas las acusaciones hechas contra él, a lo cual se negó. el 6 de julio se pronunció la sentencia de muerte.


Huss fue inmediatamente entregado al brazo secular y conducido a la hoguera, sin que se hiciera caso de su estado enfermizo y débil, que tanto había hermado sus fuerzas para defenderse. Cuando las llamas y el humo ya envolvían al valiente reformador, se oyó su voz que recitaba el Kyrie Eleison, hasta quedar completamente sofocada.


Siendo la postura de Huss mucho menos radical que la de Wycliffe, su fin fue mucho más trágico. No negaba el dirigente bohemio la transustanciación, ni los siete sacramentos, ni el mérito de las obras, etc. como el inglés hiciera. Huss había recibido de Wycliffe, eso sí, el principio de que la Escritura es la regla suprema en materia de fe y también que la única cabeza de la iglesia es Cristo.


'No existe ni el más mínimo indicio de que tenga que haber una cabeza que oriente a la Iglesia en cuestiones espirituales y esté siempre presente en la Iglesia militante. Sin esas cabezas extrañas, Cristo orientaría a su Iglesia mejor a través de sus discípulos en todo el mundo.

Pedro no era el pastor universal de las ovejas de Cristo, y tampoco era obispo romano. Los apóstoles y sacerdotes fieles al Señor han dirigido eficientemente a la Iglesia en todos los asuntos importantes para la salvación antes de que se introdujera el ministerio papal. Y así lo harían hasta el día del juicio, si el Papado se extinguiera por alguna razón bien posible.' (Tratado contra el magíster Estanislao de Znaim)


"Un hombre ha sido un malvado toda su vida, pero con tal que dé dinero para que el Papa Juan XXIII haga la guerra a sus enemigos se salvará, y otro hombre que sólo cometió pequeños pecados, como no contribuye a la cruzada será condenado. De lo que resulta que si estos dos hombres mueren, el criminal se salvará y se condenará el justo. Si tales indulgencias fueran válidas en el tribunal del cielo, sería preciso pedir a Dios que siempre hubiese enemigos haciendo la guerra al Papa, para que siempre estuviese éste concediendo indulgencias por cuyo medio alcanzaran tan fácilmente los hombres la gloria eterna.'


'Si un papa, obispo o prelado se encuentra en estado de pecado mortal, no sigue siendo papa, obispo o prelado.

La gracia de la elección es el lazo que une indisolublemente al cuerpo de la iglesia y a cada uno de sus miembros con la cabeza.

Si un papa es malo o, incluso, abyecto, entonces es, como el apóstol Judas, un diablo, un ladrón y un hijo de la podredumbre [...] y un pastor sólo de nombre.

Un papa no es y no puede ser llamado "santísimo" a raíz de su ministerio, porque si así fuera, también podrían llamar al rey "santísimo" a raíz de su ministerio, y torturadores, guerreros y diablos podrían ser llamados "santos".

Si un papa lleva una vida contraria a Cristo, ha llegado a su cargo no por Cristo sino por otra vía, aunque, humanamente visto, su elección haya sido legítima, canónica y de acuerdo con las normas.

La condena de los cuarenta y cinco artículos de Wyclif por los doctores no es razonable ni justa, y el motivo citado por ellos -que ninguno de los artículos es católico, sino cada uno herético, equivocado o molesto- es inventado." (Tratado contra el magister Esteban Paletsch.)



JERÓNIMO SAVONAROLA (1452-1498)


Savonarola nació en Ferrada el año 1452 y murió en Florencia en 1498. Este personaje es otro, que aunque profesaba doctrinas poco diferentes de las del sistema dominante, debe clasificarse entre los célebres precursores de la Reforma. Desde 1489 hasta 1498, vivió en Florencia, y por algún tiempo debido a la fuerza de su carácter intelectual y moral, ya su elocuencia dominadora, ejerció una influencia decisiva en los negocios de esa ciudad. Savonarola fue un monje dominicano, estimulado al más rígido ascetismo por la condición desmoralizada de la Iglesia y de la sociedad, derramó sus censuras sin ninguna restricción, hasta que los elementos políticos y religiosos que se combinaron en su contra, alcanzaron al fin su ruina.


Savonarola no se limitó a exponer la corrupción del clero; lanzó también sus anatemas contra la tiranía de Lorenzo de Médicis. Éste, esperando cambiar de ánimo del predicador por su presencia, asistió a las predicaciones y mandó grandes cantidades de dinero al monasterio del cual Savonarola había sido nombrado Abad (superior de un monasterio). El dinero fue recibido y distribuido entre los pobres y Lorenzo recibió una contestación que decía: "Un perro fiel no deja de ladrar en defensa de su amo porque le echen un hueso".


Jerónimo continuó sus predicaciones y profetizó en el púlpito y en presencia del mismo Lorenzo que éste, el rey de Nápoles y el Papa iban a morir dentro de poco por sus pecados. Y en verdad al poco tiempo el "Magnífico" se encontraba moribundo. Al encontrarse cerca de la muerte, llamó a un sacerdote y recibió la absolución; pero su alma seguía atormentada. Recordando la sinceridad de Savonarola pensó que la absolución de éste valdría más que la del sacerdote que le había absuelto y lo mandó llamar.


El fiel sacerdote le dijo que eran tres las condiciones de su salvación:

- Primera: Fe en la misericordia de Dios en Cristo.

- La tengo, contestó el Magnífico.

- Segunda, le dijo Savonarola, devuelve el dinero mal adquirido y encarga a tus hijos hacer lo mismo.


Lorenzo no esperaba condición tan dura, pero prometió cumplirla.


- Y ahora, exclamó Savonarola levantándose sobre el moribundo, tienes que restaurar sus libertades al pueblo de Florencia.


Lorenzo, al oir esto volvió la espalda sin dar respuesta, y poco después murió, rebelde hasta el fin.


Tres meses después, el Papa Inocencio VIII murió también. La muerte de estos dos personajes, inmediata a la profecía de Savonarola, elevó mucho su fama en la opinión popular.


Prisión y muerte de Savonarola.


El pueblo atacó el convento de San Marcos y metieron a Savonarola en una cárcel.


Alejandro VI mandó cuatro breves para felicitar y dar las gracias a los que habían cooperado a la prisión de los excomulgados, haciendo grandes promesas al magistrado de Florencia si quería mandar los presos a Roma.


Durante diez días atormentaron a Savonarola poniéndole carbones encendidos debajo de los pies.


El 9 de abril de 1498 le juzgaron, presentándole las declaraciones arrancadas en el tormento. Savonarola declaró que no podía responder sino de aquello que él había escrito estando en libertad y todos los medios para que firmase las acusaciones de sus enemigos fueron inútiles.


El 23 de mayo, Savonarola y dos de sus mejores discípulos, Silvestre y Bonviccini, frailes de su convento, fueron llevados a la plaza pública sobre un tablado cubierto de materias combustibles. Les hicieron, primeramente, la ceremonia de degradación. El obispo de Vaisón tomó a Savonarola por la mano y le dijo:


- Te separo de la iglesia militante y de la iglesia triunfante.

- De la triunfante no, contestó Savonarola, esto no está en vuestro poder.


Llegados al caldaso se arrodillaron para orar a Dios.


Encendieron la hoguera y colgaron de la horca que se alzaba sobre ella al fray Silvestre, que murió él primero entonando un versículo del salmista: "en tus manos, Señor, encomiendo mi alma". Después tocó el turno a Bonviccini, que dio las mismas muestras de piedad y ánimo esforzado. Reservaron a Savonarola para el último, a fin de que viera las supremas convulsiones de la agonía de sus dos amigos. Sostenido por la esperanza de la vida eterna no decayó en su firmeza ni dejó escapar palabra alguna de protesta o renuncia.


Extraído de:

CERNI Ricardo, Historia del Protestantismo, El estandarte de la Verdad, Barcelona, 1992.

VILA Samuel, El cristianismo evangélico a través de los siglos, CLIE, Barcelona, 1982.




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